Por muchos que cambien las modas y los años vayan pasando, hay diseños de tatuajes que además de ser capaces de superar estas barreras, continúan estando en el top diez de los modelos más elegidos para tatuarse por los primerizos. Uno de estos diseños, son las rosas, unas flores a las que una inmensa mayoría identifica como algo femenino, pero que también puede tatuarse perfectamente en la piel de un hombre.
¿Por qué nos hacemos tatuajes de rosas?
Porque son un gran símbolo del amor por tu pareja, la lozanía de la juventud, la pureza, la perfección más absoluta y capacidad para volver a nacer todos los años del mismo rosal. Pero, no solo sirve para ejemplificar cosas buenas, ya que por culpa de sus aguzadas espinas, también se puede interpretar su presencia como un castigo por el que se ha tenido que pasar o una situación muy dolorosa.
Un simbolismo, que ha ido evolucionando con el paso de los siglos de maneras tan diferentes como las que ahora os contamos. Para encontrar la primera referencia a las rosas como algo más que una simple, hay que viajar a la Antigua Grecia; un lugar en el que se encontraban asociadas a Afrodita, la diosa del amor.
Con el paso de los años, se fue popularizando de tal manera, que su cultivo se generalizó por gran parte del mundo. Dada su gran capacidad para adaptarse a cualquier clima, fue asociada a la fertilidad. Otro significado curioso y un tanto tétrico, lo podemos encontrar en el siglo XVI, donde las rosas eran realizadas sobre la piel de los que eran condenados a muerte.
¿Cuándo se hizo popular como tatuaje moderno?
Los tatuajes de rosas adquirieron una nueva notoriedad a partir de los años 40 del pasado siglo, por culpa de los marineros. Cuando estos zarpaban a surcar los mares, se dibujaban este diseño acompañado del nombre de su novia, mujer o madre, para tenerlas siempre presentes en su viaje.